Bilbao
   
  
   
   
       
mi madre, jubilada, es la que 
me da empujones, porque si no, es imposible". Teófilo Miquélez lleva 21 
años trabajando, pero su sueldo, tras separarse, no da más de sí. Tras 
vivir cinco años de 
alquiler,
 el octubre pasado tuvo que plegar sus deseos de autonomía y embutirlos 
en la maleta para regresar al hogar materno. Y no de visita. Esta vez, 
para quedarse. "Volver a casa de los padres es durísimo, es indignante, 
pero es que no queda otra".
 
Rota la relación con su pareja, los gastos de Teófilo se 
multiplicaron. "Pagaba 650 euros de alquiler, más luz, agua, gas, 
teléfono... Aparte, la mitad de la hipoteca del piso donde viven los 
niños y su madre, que eran otros 300 euros, y luego, otros 600 de 
manutención. También les compraba la ropa". En resumen, un bocado de más
 de 1.500 euros a su nómina. Y un cuscurro de entre 150 y 200 para 
sobrevivir. "He estado cinco años así, pero ya no me daba para todo, 
porque los niños van teniendo otras necesidades y tú mismo tienes que 
hacer cosas. No puedes estar enclaustrado. Hay que vivir y así no se 
puede".
Perdida la partida, Teófilo salió del pozo y retrocedió por el
 tablero hasta la casilla de salida, la vivienda de su madre, en Sestao.
 "Tengo la ayuda de la familia, que es la que nos está manteniendo y, 
aun así, me resulta imposible. Ya no puedo llevar el nivel de vida de 
pagarles el carné de la piscina o alguna extraescolar que hacen". Por 
más que trata de avanzar, sigue en punto muerto. "Intento tener una 
relación autónoma con mis hijos y ser autónomo yo mismo, pero no puedo".
 
Pese a todo, Teófilo se considera un hombre afortunado porque,
 al menos, conserva su empleo. "Los que no tienen trabajo están 
sufriendo realmente, con miedo de que les lleven a la cárcel por no 
pagar la pensión. Además, está el prestigio ante sus hijos. La madre 
tiene un piso donde estar con ellos, pero el padre no tiene un lugar 
digno. Es más, hay padres que han renunciado a las visitas por no tener 
adónde llevar a sus hijos". Como presidente de la Asociación de Bizkaia 
de padres y madres separados, Teófilo conoce un caso en Bilbao. "El 
señor vivía en una habitación alquilada con unas personas de Perú. No se
 llevaba bien con ellas, no quería llevar a los niños a ese ambiente y 
renunció a las visitas".
Separado que Convive con su ex
"Nos hemos dividido la casa y a veces coincidimos en la cocina"
Según los datos que maneja Teófilo, el 2,3% de los hombres que
 se separaron o divorciaron en Euskadi el año pasado se cobijó en 
lonjas, garajes o campings, y otro 2,5%, en albergues y pisos de 
acogida. Más de la mitad regresó a casa de sus padres y el 13% alquiló 
un piso. "Eso es un privilegio, es gente que trabaja", apunta Teófilo, 
que conoce mejor que nadie cómo ha vapuleado la pésima coyuntura 
económica a su colectivo. "Si antes estábamos afectados, la crisis y el 
encarecimiento de la vida están haciendo verdaderos estropicios en la 
gente, están minando las morales y las economías", atestigua.
Las dificultades de quienes finiquitan su relación para 
acceder a una vivienda vienen de lejos. La crisis no ha venido sino a 
agravarlas. "Ahora se está haciendo más acuciante y visible el problema,
 pero esto de que no tenía la gente adónde ir ya venía de antes", 
asegura Teófilo. La diferencia, apunta, es que hace años "la gente 
encontraba trabajo y se podía defender más o menos, pero ahora si se 
van, se van a la calle. El que no tiene padres o hermanos aquí, tiene 
que ir a la furgoneta o si puede, llegar a un arreglo con la mujer para 
compartir el hogar conyugal, pero esto es difícil porque la mayoría de 
las separaciones son conflictivas".
La excepción la enarbolan el 1% de separados vascos que 
comparten techo con sus ex. "Es una cosa transitoria, de una 
temporadita, a ver si salgo o a ver si busco otro sitio. La persona que 
tiene la custodia o que se queda en casa la comparte con su expareja si 
no se llevan muy mal y es generosa, pero son casos excepcionales", 
reitera Teófilo. Uno de ellos es el de un vizcaino que se separó hace 
unos cuantos meses y aún convive con su exmujer. "Hemos decidido vivir 
juntos temporalmente. En casa, pero cada uno por su lado, y cuando 
llegue el momento, vender el piso y se acabó", resume él, sin querer 
entrar en detalles. Con el acuerdo, alcanzado de forma amistosa, ambos 
se dan un margen de tiempo. "Hay una serie de cosillas pendientes y para
 no andar cada uno por su lado, a nivel monetario, como muy mal, hemos 
preferido aguantar".
Dado que "la separación no fue de mal rollo" y la prórroga de 
la convivencia tiene fecha de caducidad, se lo toman con filosofía. "Sé 
que es una situación un poco rara, pero es bastante llevadera sabiendo 
que va a ser temporal. Hemos sopesado qué era menos complicado, si estar
 en casa un tiempo o en otro lado. Además, a todo te habitúas".
Él y su exmujer entran por la misma puerta, pero dentro apenas
 se ven. "Nos hemos medio dividido la casa casi sin hablarlo. No vemos 
la tele juntos y, aunque a veces coincidimos un poco en la cocina, 
hacemos una vida separada". Prácticamente, dice, es como si vivieran de 
alquiler en un piso compartido.
Una vez expire el plazo convenido, la vivienda se pondrá a la 
venta y ambos tratarán de empezar de cero. "Si no se puede vender por 
más, se venderá por menos o se malvenderá, pero de casa hay que salir 
porque, evidentemente, así no se puede estar toda la vida".